Sin el menor ánimo de polemizar, y apenas a simple título informativo, me permito aludir a la bienvenida remembranza de Abel Posse sobre El nada centenario Cioran, publicada en LA GACETA Literaria el pasado 24 de abril.
Al referirse a "tantos otros exilados europeos: Ionesco, Mircea Eliade, Paul Celan", que compartieron su asilo en París, el autor los define como "Hombres de extraordinario refinamiento cultural que vivieron al margen del incendio."
Sin duda por un lapsus comprensible, incluye entre ellos al citado Celan, indudablemente uno de los grandes poetas de la época, que nació como Paul Antschel en Cernowitz, en la Bukovina, el 23 de noviembre de 1920. No sólo le tocó asistir a la anexión de esa zona por los soviéticos, sino también a la posterior invasión nazi junto con sus aliados rumanos.
Como judío, Paul Celan fue enviado al ghetto, del cual logró fugarse para ser internado en el campo de trabajo de Tabariste. Sus padres y parientes cercanos fueron devorados por el infernal abismo de Auschwitz. Muchos pensamos que resultó la comprensible imposibilidad de admitir finalmente todo eso, la que terminó provocando su suicidio, arrojándose a las aguas del Sena, en mayo de 1970.
Pero, al mismo tiempo, ya le había tocado contradecir aquella célebre aseveración de Theodor Adorno, en el sentido de que "es cosa bárbara intentar escribir poesía después de Auschwitz". Su entrañable y desgarrador poema Fuga en muerte (Todesfuge), quedará para siempre como una evidencia candente de aquellos años de fuego, de sangre y de hierro.
Rodolfo Alonso
BUENOS AIRES